jueves, 20 de febrero de 2020

EL FANTASMA




  "Solo escucha el viento" le dijo una vez ella alelada frente la ventana contemplando las petunias. Eso le dijo, mirando las flores rojas. Ella, que vivía de la vida contemplativa; agazapada en las cuatro paredes de su dormitorio, rodeada de mimos y cariño. "Solo el viento", que va y viene transportando nadas; solo sueños, esperanzas, imaginación y descanso. El viento que todo lo barre o todo lo destroza. ¿Y si no había viento?, ¿habría que esforzarse por escucharlo?, ¿ir en su búsqueda...? "Solo escucha el viento", dijo tras el cristal, mirando las petunias rojas que no podría recoger debido a su frágil estado. Como si los sanos estuvieran obligados a vivir todo lo que no pueden los enfermos. 
Y se quedó esperando el silbido del viento, mientras éste soplaba en Siberia y otros agudizaban el oído, y creían escuchar hadas, respuestas a sus plegarias, ¡¡recobraban el coraje...!! Mientras soplaba el viento.

Y ella no lo escuchaba, y esperó y esperó, hasta que se cansó de esperar y salió al jardín a cortar las petunias rojas. ¡Entonces sopló un vendaval!, y volvió a recordar; "solo escucha el viento". ¡¡Y la volvió a ver!!; mientras susurraba el viento.

Solo mientras éste soplaba... le hablaba, ¡y le rebelaba secretos y absoluciones imaginarias...! No más. Era demasiado egocéntrica para ir más allá del lirismo de esas palabras dichas en un momento de falsa ilusión; pero poéticas y cargadas de superfluo sentido, si no se va más allá. Palabras que, en sí mismas, son solo viento. Dichas por otra persona que no era ella, ni era el viento. "Ni era el viento; mamá...", se dijo Adela, y rompió a llorar, se secó las lágrimas; y volvió a rehuir de la tristeza.


  Pero el tiempo, que es el espacio de la sabiduría... ¡¡la ayudó a comprender...!!, que el dolor no entiende de culpas ni de imperfecciones; que su presencia se impone a pesar de los escudos, porque nace de dentro. Que tan pronto se anida, crece: ¡¡y se va...!!; como los polluelos inician el vuelo...

Y miró a su fantasma como lo que era: el pasado de la mujer que, a su  modo, más la amó, más egocéntrica que ella misma en su afán de proteger, (y protegerse), del mismísimo amor que le procesaba. Y se vio a ella misma refunfuñada, discutiendo, ¡ambas cabezotas y cobardes!, cercadas en su fortaleza de orgullo y amor miedoso. Viviendo los momentos más dulces auténticos e imperfectos de sus vidas... Y sonrió tiernamente... Puesto que comprendió que, justo cuando no la veía, era el momento en que se hallaba más cerca: ¡¡cuando más la estaba amando...!!

Su fantasma, como había sido en vida, solo la incordiaba cuando debía regañarla por no vivir, ¡por culparse!, por enfrascarse en el pasado... Mientras se escondía, tímidamente feliz, cuando su hija Adela vivía lo que ella ya no podía. Esperando, eso sí, que, ¡de una vez por todas!, abonara las petunias rojas.






lunes, 27 de mayo de 2019

"EL MAL"




       Tú eras "el mal", cariño mío. Eras el misterio, una aventura una fantasía por la que luchar. Eras imaginación, eternidad, romanticismo... Tu presencia tenía algo de marino, de olas rompiendo en acantilados, de anocheceres sombríos, de días sin sol y lluvia, y de vientos huracanados. Siempre me han gustado esas cosas, es lo malo de haber nacido en la época equivocada de ser una "masoca" sentimental, excesivamente sensible o como lo quieras llamar. Sé que no responderás a esto ni lo deseo, es mejor así; es bonito lanzar palabras "al viento", como una especie de tributo a la misma "literatura" de aficionada chapucera. Literatura... Eras tú, ¿qué hay más real? Para una niña... Querido hombre de mundo, querido viejo lobo de mar, hermoso y experimentado; conocedor de la psiquis humana. Querido ser al que no supe comprender. La paz de la noche me permite asomarme al oscuro pozo de mi corazón para vislumbrar de nuevo tu reflejo. Dónde estarás...

    Tus ojos, oscuros como la noche, me miran a través del tiempo y los continentes, con esa luz tan vivaz y penetrante; tan poco celestial... Y tu naturaleza imponente y salvaje; aquel aspecto de otro mundo, elegante, atrayente y sensual... Y sin embargo había tanto de muerto en ti, de podrido, como de incipiente en mí. Tú me pasaste tu podredumbre, tu prematura vejez: a cambio de mi inocencia. Querías vivir en un mundo mejor, más lindo y esperanzador... Y tanto tiempo "odiándote"... para resolver que es solo en la podredumbre y en lo tangible donde una puede llegar a sentirse dueña de si misma: fuerte. En cambio tú estabas cansado de ser fuerte, y preferiste el recuerdo de tu juventud; un mundo de paz en el que coger fuerzas o dar rienda a tu dolor. Porque a fin de cuentas, también estamos en nuestro derecho al sentirnos mal. Conocedor de la importancia y el valor de la palabra, (demasiado anciana y plácida para mí entonces): paz.

     Querido R., que hoy me devuelves mis sueños de juventud... Querido R., que das valor a la crudeza de la vida. A la vida que no es regalada, a la que se logra solo con esfuerzo y autocrítica; y se ve doblemente recompensada. ¡Creas en mí la ilusión de entereza de exploradora incansable...! ¡De amazona! Mis anhelos sentimentales dieron fruto a mi ansia "intelectual".

  Querido viejo, ya casi anciano, eres la sombra de mi consciencia, algo que tira de mí "sin rumbo"... La voz de la aventura y el misterio, la "belleza" del primer amor; la inocencia... La he recobrado y la acepto. También los cuentos de terror son cuentos, y mucho más vivenciales que los "lindos". Hay algo hermoso en el crepúsculo, algo increíblemente potente.

Querido R., hombre "de las mil caras" que son solo una. Hoy tu fragilidad me parece tierna; la hermosura que no podía comprender tras el disfraz que yo misma creé. Querido señor que exhibe sus menudencias como parte de su humanidad, siempre orgulloso y altivo. Te derrotas para volverte a levantar... Había en ti la dureza de una roca abocada a las inclemencias del tiempo, la sabiduría del árbol centenario; paciente y juicioso, siempre sujeto a su raíz... La belleza del mundo terrenal. Aquel mundo imperfecto e "inmoral", pero vívido y excitante, que solo las almas fuertes pueden confrontar.

Querido R. allá donde estés, eres mi pasión y mi príncipe de las tinieblas... Un paraíso perdido infernal. Tal vez el mejor de los paraísos: el que te permite valorar el presente por encima del pasado.

En cualquier caso, como son todos los paraísos perdidos: único, irrepetible e inolvidable. Salvador de momentos de tedio, dureza o incredulidad de la madurez.


Querido R, tú, y solo tú, siempre serás mi héroe...





TRIBUTO A LA VIDA






  Solo un mero observador del mundo.
Agazapado en su fortaleza para admirar su esplendor,
infatigable buscador de sorpresas y matices
humilde servidor de lo etéreo e inmortal.

Explorador de tesoros ocultos,
¡amante de lo incorruptible y sustancial!
Un ser que vive para sentir
la majestuosidad del Misterio;
sabedor de que no puede aspirar a más.

Nacido para dejar huella en la eternidad universal,
¡en el más allá!
Un mundo sin fronteras ni límites...
Es el mundo del "artista": de la espiritualidad.

Un patoso aprendiz de la vida,
intimista y oculto
que, humilde, espera ofrecer autenticidad.
Realidad y Belleza...
desde el linde de su capacidad.

Observar, percibir, aprender y admirar
la grandeza de la Tierra.
¡Sus misterios, sus relatos,su energía...!;
¿qué más se puede pedir...?

Nada más...




MARGARITA




   Margarita se dispuso a bajar a la calle, a dejar caer la tarde recorriendo las callejuelas de su Soria natal. Se enfundó en su abrigo de lana, sus guantes de cuero y su sombrero de fieltro negro; aun sobrepasando los sesenta años, (y habiéndose reducido su renta a menos de la mitad), seguía siendo una mujer elegante. Con ese toque distinguido y sobrio con el que había dado vida a sus diseños en su pequeño, pero reconocido, taller de costura. ¡Era una artista de la clase, compostura y dignidad!; con un toque, según decían las lenguas viperinas de su vecindad, de controlada y educada altivez. Sin embargo, pocas personas no apreciaban a la señora Margarita; siempre en su lugar, contra viento y marea… Una peña en la que sus coetáneos gustaban reflejar el espíritu incorruptible de los supervivientes de la Guerra, y los jóvenes la admiración y respeto por la sabiduría. Su espíritu acorazado y tranquilo, tuvo que enterrar a toda su familia durante el conflicto. Padres, hermanos, marido, ¡hijos…! Todos perecieron en un u otro bando. Solo quedaba ella, sobrellevando el peso y la historia de su linaje familiar... Su compromiso vital no le correspondía enteramente desde que sobrevino la tragedia; se sintió con la obligación de vivir la vida de los fallecidos: la vejez de sus padres, sentenciados antes de los setenta; la vida de su esposo, derrotado en la que fuera la crisis más dura de su existencia. Debía compensar la juventud de sus hijos, arrebatada por una bomba… ¡Ella vivía por todos! Pero, ante todo, por ella misma. Pocos errores cometió, la señora Margarita.

Aquella tarde Soria respiraba el aire plomizo que precede a las tormentas; pero el gris del cenit resaltaba la alegría de sus habitantes, expectantes a la llegada de la primavera. Aquél último domingo de invierno, ¡los vecinos de su barrio parecían querer celebrar el cambio de ciclo con toda pompa y boato! Por las calles desfilaban las señoras con sus mejores galas, en cuadrilla, a tomar café o chocolate mientras sus maridos se unían, a su vez, para la partida de ajedrez o el coñac. Los niños canturreaban por las calles ausentes de tráfico, jugando a la gallinita o con el patinete; las parejas jóvenes se tambaleaban acaramelados, siempre custodiados por una carabina. Los grupos de muchachos y muchachas se deshacían en chanzas y risotadas… Y llegando a la Plaza Portillo una densa marea humana, amontona en torno a un círculo, observaba a un joven alto y moreno, engalanado con indumentaria de mago.

“¡Voilà!”, exclama el hombre con un francés impostado “¡qué maravillosa madame ven mis ojos!, permítame madame”, y el mago hizo una reverencia a Margarita, apenas incorporada al grupo; “por favor caballero…”. “Shuuu, ¡usted lo merece! Veo en sus ojos… ha pasado por muchos sinsabores, pero también ha tenido una vida intensa. ¡Déjeme observar! Entiendo… ¡Usted guarda un secreto…!”, “¡y quién no a mi edad caballero!”, dijo Margarita sonriente; pero azorada por la repentina expectación.”Oh no madame su secreto no es de los que se curan en confesión, es de aquellos secretos que persiguen hasta la tumba. Como el abandono de un recién nacido”.

Margarita se quedó hipotérmica. No era en sí la revelación. Era aquella voz... Aquél gesto… Aquella mirada cruel; idéntica a la de su padre. “¡Oooh madame gran dama, solo era un ejemplo! Por favor discúlpeme”, y el mago hizo otra reverencia y de su bolsillo sacó una rosa que le regaló en ofrenda. Mas Margarita ya no estaba en esta esfera. No escuchó los aplausos y abucheos, las palabras de apoyo de sus vecinos, ni al siempre atento guardia Marc, su vecino de al lado. Su mente viajaba por otro tiempo pretérito. Una noche funesta; donde los demonios de la guerra se hicieron hombre…

Y cayó desplomada.

Con el tiempo, se recuperó de este extraño incidente; pero la señora Margarita no volvió a ser la misma. La gran peña a la que todos admiraban se convirtió en una ancianita frágil, necesitada de atención y cuidados. Falleció al cabo de muchos años… calentita en su cama. Veintisiete años después de la actuación del mago Eugène, (su nombre artístico); la misma edad que él contaba cuando por fin se reencontró con ella.





LA POSADA






  Hay algo mágico y teatral en esta noche lluviosa, en este pueblo vacío, en esta plaza sin nombre. Tú y yo sin paraguas, guareciéndonos de una lluvia que deseamos que perdure, (y nos empape), tomamos cola-cao en la más corriente informalidad. Una taza, leche, ¡la acogedora familiaridad de una merienda infantil!, protectora de lo que pueda suceder... Nos deseamos, lo sabemos; “lo ignoramos”. Dos almas tímidas que desean comerse a besos. ¡No!, ¡no son besos!; es algo más intenso… ¡El instinto animal que todo lo cubre!, que tiñe la fría noche de misterio... La villa de un fogoso silencio lleno de susurros, provenientes de una parte muy íntima, ¡irreconocible!, de nuestro cuerpo. De nuestra mente… 

¡La posada!, montañas de piedra que esconden un secreto incierto, un futuro temeroso, una posible historia. ¡Corremos!; empapándonos con esta lluvia dolorosa que nos invita al cobijo; a la reclusión de cuatro paredes blancas, inmaculadas. Una cama no muy grande una luz de neón, decoración monacal. Tú, y yo.


¡Una rama golpea el cristal!, se escucha el traqueteo monótono de la caldera; el caminar sigiloso de la casera, al otro extremo del corredor. Un gato deja la lar del fuego, y sale en busca de aventuras. El barman apaga las luces del café; ¡susurra la cafetera su último silbido...! Un coyote da caza a un conejo; en el linde de la aldea. Los abedules zozobrean; al compás de la tormenta...


En la copa de los árboles, sinuosa... la seda de una tela de araña se extiende. Se contrae...


Un sol abrasador descubre nuestros cuerpos exhaustos. Desnudos. 

No quiero hacerte el amor: quiero follarte. ¡Follarte...! 


Toda la vida...





domingo, 1 de marzo de 2015

OTOÑO



  Cuando la castaña madura el pensamiento florece,
al igual que el árbol del castaño, 
nuestro cerebro se renueva en pensamientos. 

  El otoño, época de ojas caídas y cambios; 
ofrece a la creatividad el aliciente necesario 
para respirar el fresco aire del atardecer,
e inspirarse con su aroma.

  La oja caída, que viene y va, 
sin rumbo ni propósito, 
planea libremente a merced de los vientos. 
Confiada en que siempre caerá...
disfruta de ese devaneo cual amante entregada;
deleitándose en el simple placer de lo impredecible.
Dejándose acariciar y poseer por los vientos...

  Coqueta, contempla cómo batallan entre ellos por acunar su frágil cuerpo
y llevarlo a su destino. 
Un destino, aún así, impredecible;
¡a merced de otro viento caprichoso!

  Y ella lo sabe, y disfruta;
consciente de que la vida de una oja caída
es efímera.

  Por eso el otoño es época de tristeza y reflexión.
Una reflexión sana que nos hace contemplar la fragilidad de nuestra vida,
al igual que observamos el coqueto devenir del follaje; 
que, tranquilo y complaciente,
se deja llevar a merced del viento.
Disfrutando, sencillamente, de su viaje.

Enseñándonos que solamente hemos de bailar con el viento,
por muy caprichoso y arrasador que éste sea.





Y YO CAÍ



  Y yo caí. No fueron los terrores de la trinchera, los abusos de mis padres, ni la soledad del orfelinato aquello que me derrotó; fuiste tú, un ángel, ¡mi Ángel! Maldito seas... Maldito soy. Y aquí estoy, con el padre Benito otra vez diciéndome que no necesito absolución porque todo es producto de mi imaginación, negando tu existencia, como hacen todos, aconsejándome un buen psicólogo. No entiende, no sospecha, que él es mi absolución; él y tus creencias absurdas. Lo he intentado mi amor; lucho cada día por ir contra mis convicciones para obtener paz. Pero no puedo, es imposible. Soy demasiado fuerte. Por qué te acercaste a mí, ¡condenado!, yo era feliz en mi mundo carente de amor, de la más nímia comprensión, ya estaba acostumbrado; y me costó toda una vida. Y llegaste tú, con tu carita de niño bueno que no ha roto un plato, y me hablaste tan quedamente, con ese tartamudeo entrañable que te caracteriza, quedándote mudo y colorado ante mi presencia sin tan siquiera saber de mí... Y me hechizaste, iluminaste mi corazón de esperanza y calor como una antorcha la frialdad de la noche; sin haberlo merecido, a mis casi cuarenta años era imprescindible para alguien. Eras tan dulce, tan tierno, ¡tan puro...!

  A tu lado conocí la felicidad, la familia, ¡la humanidad!; un año contigo valía más que treinta y siete con los demás. Nos complementábamos, tú me admirabas y yo te veneraba, tú me ponías en un pedestal y yo te protegía. Era todo tan perfecto... O eso creí. Te dije, ¡te confirmé que yo no era religioso!, y tú, como siempre, asentías y te conformabas; cierto que algunas veces te ponías pesado con el tema de Dios, y te enfurruñabas, pero bastaban cuatro cariñitos míos para complacerte y que volvieras a sonreír. Cómo iba a pensar...

  Y aquella horrible madrugada, volviendo de la Martinica por el camino de la playa, estabas tú sobre la Gran Peña y no pude resistirme a exclamar como una puta damisela enamorada: "¡Ángel amor mío!". Y entonces ocurrió... De tu espalda surgieron dos especie de sábanas flotantes; ¡que resultaron ser alas! Y te elevaste por los aires como si fueras una nube. "¡Sorpresa!", dijiste, ¡ingenuo!, con una sonrisa radiante de gozo: "¡soy un ángel!". ¡No no podía ser, solo había bebido dos cubatas!, pero allí estabas, como una figurilla del belén; alzando los brazos esperando nosequé, ¿aplausos? ¡Mi novio era un puto ángel!, pero un ángel de verdad, de esos de las postales navideñas. "Y ahora, ¿crees en Dios o no?"; "¡jajaja bravo Ángel!, ¡menudo truco!, ¿cómo lo has conseguido?". Y respondiste lo evidente: "¡mírame, tengo alas!", mientras tu sonrisa desaparecía y se ensombrecía tu rostro. "¡No puede ser!", "¡no seas cabrón!", fueron alguna de las cosas que te dije; y tú cada vez más triste... predicándome las grandes ventajas de tener un novio celestial: que si ahora podía conocer a tu padre Dios, que él me absolvería de todo lo que hice mal en mi vida; que ya estaba a salvo... ¡Que ahora tenía la posibilidad de redimirme!: de haber robado para poder comer, de ser hijo ilegítimo, de beber demasiado... Fueron demasiadas estupideces amor, y te chillé y ya sabes cómo me pongo yo cuando me enfado. Y tú seguiste, impertérrito, con tus sermones, y dijiste aquello: "deberías agradecerme haberte conocido. Sin mí serías un miserable toda tu vida". Y exclamaste esta frase con plena convicción, sin arrepentimiento... ¡esperando hacer El Bien! ¡El bien a un pobre desgraciado! Sentí que no me amabas cariño, solo en tu imaginación de floripondios y colorines. Entonces te grité...

  "¡Hijo de satanás puto simple!, ¡déjame en paz!, ¡hazme un favor y muérete!".


   Y en cuestión de segundos tus rasgos se contrajeron en una mueca de dolor, pálido como la cal, caíste bajo mis pies. De tu rostro, estampado contra la arena, fluía un lago de sangre...

  ¡Ángel!, ¡mi amor mi vida!, tengo frente al altar la figurilla de un querubín que me mira con un odio infernal, ¿eres tú? Sé que no tengo culpa de lo que ocurrió, pero siento que debo pagar el enorme precio de mi, ¿penitencia...?¡Imposible! ¡No lo logro! Sigo pensando que fueron una serie de casualidades y circunstancias desafortunadas; en las que jugué un papel crucial... De las que me siento completamente responsable; ¡quizá eso sea suficiente para entrar en el Paraíso y volver a verte!, ¿me perdonarías...?

  Pero sé que el Paraíso solo existe en mis recuerdos... Al igual que sé, con toda la certeza de mi mente y la plenitud de mi corazón: que no volveré a verte.


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LA CHICA DE LA KALASNIKEV



  Y ella me mira, con esa mirada fría y profunda que me transporta, secretamente, al paraíso. Inconsciente, sumida en sus pensamientos autodestructivos de su mundo interior, Marina parece escrutarme intensamente, haciendo una radiografía mental de todas mis frustraciones y flaquezas, pero yo sonrío; abrumado ante su belleza y su locura. No puedo bajar la guardia, me siento atrapado; desnudo, ¡me tiene en su poder...! Para los demás, incluido su hermano, es solo una loca, "Manuel estás muy callado, ¿tienes miedo?", dice mi amigo desde el volante, "no" respondo, "claro que no", dice Marina; desafiante... Tengo miedo, real, de una kalasnikev de juguete, de una mueca cubierta por un pañuelo, de unos ojos negros provocadores. De una muchacha independiente... hambrienta de emociones demasiado elevadas; ¡de aventuras pasiones novelas...!, que el mundo no puede ofrecer. Siempre me han caído bien los locos, tal vez porque, en lo más íntimo de mi ser, les tenga envidia, se posicionan por encima de los convencionalismos de las apariencias, de los deberes morales, ¡son libres!, vuelan con su imaginación por un mundo mejor sostenidos por una firme voluntad.

  Marina es completamente dueña de su destino.

  Y mi bello secreto coge la kalasnikev con firmeza... apuntando hacia mi frente como a una diana, y susurra: "tengo que vigilarle. Si no lo hago se pudrirá en la realidad...".





EL CALLEJÓN




   Ahí está, escondido en la sombra del callejón, es una figura que se impone a la misma noche; sé que es él, y que se sabe observado. Un rubor propiciado por esta revelación me aturde; a mí edad y en busca de romanticismos... ¡precisamente!, ¡no tengo ya nada que perder! Me acerco al callejón, junto a la luz que recorta su sombra, y un silencio perturbador enfatiza mi respiración. ¡No no es mía!, ¡es una inspiración más intensa!, ¡profunda!; oigo la mía entrecortada. "¡Katerina!, ¿qué haces aquí?"; una vecina, me entretiene, ¡quiero que se vaya! Pero me gusta imaginar que me estará esperando, espiando mi conversación.

  Por fin se fue mi vecina; ¡no está!; suspiro y me encojo de hombros, bonito sueño. Me voy para casa. "Hola...". En la oscuridad de la noche no logro distinguir sus sensuales rasgos; pero percibo su cercanía, su calor, un discreto pero intenso aroma a cedro menta y tabaco... "¿Le puedo acompañar a casa, señorita?"; si no fuera por cierto tono burlón se me haría encorsetado y decimonónico. Se aproxima más... Es alto. La luz ya ilumina sus rasgos: su nariz es más aguileña de lo que observé; sus ojos oscuros, ¡ardientes como brasas!, me miran con tal profundidad... ¡me tatúa el alma! Su boca, algo cruel, dibuja media sonrisa burlona, enigmática, esos labios carnosos... No es una belleza apolínea y tal vez estéticamente no sea un hombre bello. Pero su faz lampiña refleja todas las luces y sombras de la noche; hay algo irreal en él, ¡dramático! Y a la vez, tan carnal...


  "¿Quieres que te acompañe yo, niño?", sonríe nuevamente: "¡por supuesto! Siempre me ha dado miedo la noche..."







Y ELLA RENACE




   Ella murió. Exhaló entre sus brazos.
Saboreando el dulce amargor de su boca bañada en salvia y miel. Murió en el color de su sexo, ¡vivo color carmesí!; en su respiración entrecortada, y en su exhalante y clamoroso "¡sí!".

  Ella se hundió, fundiéndose en el calor de su cuerpo, fuerte y apasionado; en un abrazo rumbo al Infinito... de las sensaciones y el placer... Así, ella falleció.


  Ella vivió en la fría luz de su mirada, reflejo de aquél ser celestial. Vivió en la proximidad de su cuerpo, junto al tambor de su corazón. En la fortaleza de su presencia, y en el calor de su piel. En la dulzura de sus palabras; y en el misterio de su por qué.


  Y ella anheló su presencia, sus razones y su amarga dulzura. Estar a su lado, caminar por el mismo sendero. Fundirse en él... Ella anheló su ser, su magia, que la extasiaba como efecto de una droga. Y ella necesitó... de su ser; de su corazón.


  Su puzzle estaba incompleto. Sintió la necesidad de dar, de ser madre, esposa, esclava... todo basta tenerle a él, capturar la savia de su vida. Y poder respirar...


  Él era sólo suyo, en el fondo de su corazón, era la pieza que encajaba.



  ¡Y ella grita!, ¡grita su nombre al viento! Y luego se abraza, imaginando que son sus brazos... que es su piel... que todo su espíritu se adueña de ella; y no le importa nada más. Le había conocido, le había odiado; y ahora sabe que le ama y que siempre formará parte de su ser.


  Y ella renace en el recuerdo de su presencia, en la derrota de su desamor; en la necesidad de su calor, de su aroma... Y siente un frío que transforma en calor, un calor triste; que habitará en su alma en memoria de su ausencia. Y la dulzura... que, a pesar de todo, le proporciona su dramático desamor.


  Y ella se siente viva de nuevo, ¡tras tanto tiempo...!


  En el dolor y la tristeza: ella revive.


  Y ella renace...






EL HUÉRFANO




  Nunca supo en qué momento empezó a sentirse huérfano; tuvo su infancia, con su papá con su mamá, con un perro y una bonita casa en un barrio residencial cerca de Miami. Amigos de juerga, buenos amigos, sólo en la infancia, cuando uno no sabe qué es eso y lo descubre cuando ya no están, y todos problemáticos, como él. Uno supo que murió hace dos años, consumido por el crystal, con el otro se enemistó debido a una mujer; de todos modos eran amigos de espíritu, porque realmente jamás se contaron lo más importante, eran cobardes, todo lo daban por dicho. Así que siempre se había sentido solo. Aunque rehuía de ese sentimiento; por miedo a investigar... De forma que se centraba en su trabajo, en sus estudios... Era el estudiante modelo, el chico amigable que siempre estaba ahí. Alguien muy en su sitio que ni destacaba ni estorbaba, pero que todo lo hacía bien, de forma correcta. Y hasta parecía feliz.

  Pero llegó ella, y pesó más y más la soledad... hasta volverse insoportable. Si ella hubiera sido más clara, más transparente; más eran como gotas de agua en lo que les separaba, "otro patito feo" que paseaba con orgullo su soledad como Cristo la Cruz. Si hubieran sido más explícitos, comunicativos, menos miedosos... hubieran sido como una sola gota de agua. Pero no fue así. No obstante, a veces la naturaleza es sabia, o catastrófica, y los sentimientos no se pueden tapar por mucho tiempo, ni manipular a nuestro antojo. En cualquier caso sólo se puede uno distanciar, cuando aún está a tiempo. No obstante fue débil, o fuerte, según se mire, y terminó con ella. Y ella fue fuerte, o débil, según se mire, y terminó con él. Tal vez para conocerse mejor ambos; porque su subconsciente clamaba un cambio que desconocía, nunca fue su fuerte entender sus sentimientos. Era un lerdo sentimental. Tal vez debido a cómo fue educado. Aquella jaula de oro... en su casa demostrar sentimientos auténticos era un tema tabú, todo estaba regido por reglas incomprensibles; roles sociales. En su casa fuera de eso no había calor humano; eran incapacitados emocionales todos, desde el perro hasta el abuelo. Su familia era como una secta. Pero era adulto y no le valía más que como excusa todo aquello.


  El caso es que ella llegó; y pasó... Y fue tan intenso ese "vacío" que dejó, que le forzó a indagar... a ver lo que no quería ver de aquella jaula de oro... a vencer sus miedos y sacar la naturaleza masoquista de su carácter, el dolor de su alma. Fuera del orgullo, era un ser que sólo entendía los palos, le eran familiares, gratificantes, y era lo que esperaba dar y recibir. No obstante con ella no podía tolerar esos palos; porque realmente la quería, de un modo que le costaba entender. De un modo que los palos, le parecían palos, sin aderezo. Sólo podía aceptarlos si dejaban de serlo y se convertían en miedo al Amor.


  Y entonces no le importó que ella se hubiera equivocado, que realmente sólo hubiera amado la sombra de un fantasma disfrazado de su persona, aún por años... Sabía que sí le había querido, mucho, incluso enamorado de él, pero no hasta el punto que él necesitaba. Amado, jamás. Y realmente perdonó su equivocación y tuvo compasión de ella, que aún no había aprendido a perdonarse.


  Y dejó de sentir compasión de él, por no haber sido capaz de luchar por su princesa, aunque ésta fuera difícil y cerrada como una nuez; y por haberla hecho sufrir tanto...


  Porque entonces comprendió que amó realmente; y no se parecía en nada a morir. De hecho estaba más vivo que nunca. Y se apropió de estas palabras de García Márquez:


  "La vida no es la que uno vivió, 

sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla"


  Nunca supo en qué momento se empezó a sentir huérfano, pero sí supo en qué momento no le importó serlo. Y decidió dar su vida a la vida, a la naturaleza y a "Dios", con todo lo que eso pudiera contener y sorprender.





martes, 4 de enero de 2011

TIGOT




    Las manecillas del reloj han muerto sobre la húmeda colina, frente la vieja y mortecina aldea. Ese pequeño y denso conglomerado de casuchas de piedra, adobe y paja, que sitúa un punto negro sobre el mapa de Morrospo.

   Para Tigot no pasa el tiempo, todo en él evoca la sangrienta y salvaje Edad media morrospeña; es como si te transportara… Pasear por sus callejuelas supone ensordecer con el retumbante paso de la caballería y los carruajes; ¡las voces del mercado! Su aroma es el del incienso, el orín y la putrefacción. Su polvoriento aire es al tacto áspero, pegajoso, ¡virulento!, se te pone la piel de gallina sin saber por qué. Lo mejor que tiene son sus vistas, ¡y eso que no es hermoso! Forficado por boscosas colinas, el pueblo se aglomera circundando el antiguo pero intacto castillo, construcción del siglo XIII, enorme y mostrenca, rodeada por un foso del que no se sabe qué cobija... Tiene como seña característica un altísimo torreón grisáceo como un palomo de capital. El trazado urbano es desigual y de difícil ubicación, aún tratándose de una aldea pequeña, es fácil perderse; las callejuelas estrechas, trazadas para las dimensiones de los carruajes, albergan casas de una sola planta, erigidas sobre heterogéneos pedruscos negros y grises que parecen puestos al azar; ventanas enrejadas por toscos barrotes de hierro y altos techos de paja. El pavimento, por supuesto sin asfaltar, empedrado o arenoso, hace honor a aquellos tiempos en que el caballo tenía más privilegios que muchos hombres.


  Pero el grotesco y tétrico aspecto del pueblo, que va tornándose más tenebroso en el transcurso de la tarde; no es nada en comparación con esa Impresión. Esa sensación que forja una huella imborrable en el visitante: vértigo, desolación, ¡angustia! Pavor... Hacen que hasta el más insensato de los turistas reniegue de su curiosidad.



  Empieza por el relinchar de unos caballos y el vocerío de aquellas gentes del pasado; luego llega una oleada de los putrefactos aromas de antaño. Y esa opresión mental… ¡ese impulso frenético por adentrarse en lo más profundo del pueblo! Que se enfrenta a ese otro juicio, proveniente de no se sabe dónde; que susurra desde el "propio" pensamiento: “hoy, es tu último día”. ¡Los visitantes huyen despavoridos!, algunos, a gritos y violentamente, otros llorosos y pausados; siempre confusos y temerosos de sus propios pensamientos irracionales. Pero la peor parte, suele llegarles a los que se encaran con la verdad, ¡a los valientes!, a aquellos que no desprecian lo fantasmagórico, (a pesar de las evidencias). Para estos, el estigma de Tigot es más profundo… ¡Se tiran al suelo dando coces!, ¡se golpean la cabeza contra un muro! Hasta chorrear sangre. Algunos salen corriendo pueblo adentro.



  De estos últimos, no se vuelve a saber nada.


  Hoy, enterrado desde el año 1617, me he encontrado con el testimonio de una de sus aldeanas, una joven campesina que, sin embargo, supo leer y escribir; tal vez para hacernos testigos de algo importante a nosotros, generaciones futuras.


Intentaré transcribir fiel al relato original:


 “Mi nombre es Neanne y soy una doncella campesina de 20 años. Empiezo con estos dos apelativos porque en mi época ambas cosas son muy importantes para una mujer: el ser doncella te da cierto valor místico sobre los hombres; el valor del regalo sin estrenar, (pero valor al fin y al cabo); el de campesina te niega cualquier artificio que pueda tener dicho valor, y como se suele decir "es más sincera, ¡menos mentirosa!, ¡la virtud de la campesina hermosa!", (menuda tontería...). Tal vez por eso fui yo la elegida.


  Diez años, ¡la conquista de una década!, yo era una niña solitaria y triste desde que nací. Me gustaba más bordar y pescar que jugar con los demás niños; no sé muy bien porque, quizás intuyera algo… Pero todo esto, en realidad, no viene a cuento de lo que pasó justamente el día de mi cumpleaños así que voy al grano: tras celebrarlo en mi casa, con mi familia y amigos, ¡corrí al monte!, como solía acostumbrar. Y me eché a llorar. Pensaba, ¡qué tontería!, en mi niñez, que se iba poco a poco... En que ese años me tocaría cuidar a mi hermano Nando el pequeño; trabajar más duramente en el campo… “¡Neanne Neanne!, ¡a los 20 años... morirás!”.



   Me sentenció la montaña. Como si bajo la húmeda tierra que piso un séquito de cadáveres, guiados por un extraño ritual, sólo tuvieran como objetivo asustar a niñas de 10 años.


  Me asusté tanto... que eché a correr hacia la aldea con la esperanza de que fuera sólo un sueño.“¡Neanne a los 20 años morirás!”. Volvió a gritar la tierra; esta vez, más fuerte.


  Y luego retronó, ¡solo en mi cabeza!, junto a un ruido muy agudo y muy potente, como el de un silbido, pero ensordecedor... que me provocó un terrible dolor de cabeza. Mas no pude gritar.


  Llegué a casa temblando y las voces cesaron. Me preguntaron si me encontraba bien, que si estaba petrificada. Pero jamás conté nada de esto a nadie. Hoy cumplo 20 años, dentro de 5 minutos el reloj de la torre marcará las 12 de la madrugada y dejaré de cumplirlos: Y no ha pasado nada. Los he festejado como todos los años por esta fecha con la familia y amigos, comiendo gallina, hidromiel y tocando la zambomba. ¡No ha pasado nada de particular!, sólo durante un rato he deseado comerme los intestinos de mi prometido _ ¡Jajaja! La pobre condenada mira, con ojos de lechuza asustada a su alrededor; no quiere entender que es "su mente" la que le habla..._ ¡Vaya!, lo que el miedo le hace a una pensar…, ¡qué tonterías…!




 "¡Dong!"¡Por fin la campana de la una!, ya puedo dormir tranquila, aunque no creo que pegue ojo en toda la noche. Sobretodo por el calor que hace ¡puff…! Le dan a una ganas de quitarse hasta las enaguas ¡puff…! Bueno Neanne, querida loquita, ¡a dormir! Mmmm, ¡¿dónde andará ahora Gascón el bandolero?! Me gustaría tanto fornicar con él ¡jaja!, ¡shuuu!, calma tu mente Neanne… has estado demasiado concentrada durante todo el día para que ahora digas tonterías ¡jeje! Shuuu… ¡a dormir!


  Aaaayyy cómo se clava la paja hoy habrá que cambiar el colchón. El de Andrés es más blando habrá que probar _ ¡locaaa se dirige a la habitación de su hermano! _ Aaayy Andresito Andrés... ¿eh…? ¡si esque veinte primaveras son muchas primaveras!, ¡muere Andresín!; ¡nooo! ¡qué estoy diciendo!, mejor me acuesto otra vez _ Y sin embargo locaaa se gira y se abalanza sobre Andresín sin más _  Aaaaahh aaaaah  aaaaah aaarrg _ ¡¡Bien locaaa ya matamos a ese llorón!!


  Mira sus manos ensangrentadas, con los ojos fuera de órbita _ ¡Nooo! ¡noooo! ¡¿Pero qué has hecho…?! Nooo no puede ser… _ Eso, sal por la puerta cobarde_ ¡¡déjame ya!! _ ahora a bailar putaaa, ahí vaaa cuesta abajooo jajaja _ ¡¡Socorro no puedo contenimermeee!! _ No obstante, ya duda de si ella soy yo _ ¡¡noooo!! esto es un barrio peligroso, ¡basta ya Neane vuelve en ti! _  Dice entre lloros y risas; quiero que se sienta humillada, vamos ríete guarraaa ríete que has matado a tu hermanín jiji. Llega a la plaza principal. Allí están Gascón y su panda de matones; podría hacer que la violaran pero igual hasta le gustaba. Además me gusta inspirar miedo a mis similares: ¡Pídeselo vamos puta! _ ¡Nooo!


_Gascón, hola guapo...

_ ¡Neanne! ¿Pero tú qué haces a estas horas aquí…?
_ ¿Y tú?, me apetecía verte, hace cinco años que mojo por ti. Creo que va siendo hora de que nos dejemos de tonterías, ¡ya he cumplido 20!
_ Sí, ¡si se nota que ya eres toda una mujer! _ no irás más allá de la teta, ésta es mía. ¡Mírame cerdo! ¡te cogí el puñal! _vale… tranquila.
_ ¿Tranquila?, ¡si eres tú el que tiembla! Tranquilo. Te lo devolveré ensangrentado por tus tripas _ ¡muy bien locaaa así me gusta! Clávaselo en las tripas, no lo quiero muerto. ¡Que sufra!
_ Aaaggg…
_ Gascoo Gas... yo...! _ vamos puta, a casita, ¡levanta!, ¿no…? bien, ¡pues a arrastras!_ Neaneee Neaneee… ¡que has hecho!_ ¡jajajaajaaa! Vamos  llorona gusana, ya sólo quedan unos peldaños.


  ¡Abre la puerta zorra!, así… _¡No la habitación de Fermín nooo! _ Ooh, cómo duerme el bribón si parece un angelote... ¡Toma toma toma! Llora la loca condenada mientras se relame la sangre que le salpicó en la cara, ríe, salta de placer y llora. Su mueca es una desesperada máscara de patetismo grotesco, dolor y horror. Su belleza se transformó en una máscara carnavalesca; toda en ella rezuma pavor y demencia. Es mejor que se dé cuenta de que ha desmembrado a su novio y que tiene en sus manos el intestino_ ¡Noooo aaaah!



_ ¡Neaneee ne!_ ¡la madre! Oooh sí esto me emociona… Con la destreza del carnicero, loca degüella a su propia madre, ¡jajaja! _ ¡Nooo…! _ Sus ojos parecen dos guijarros de lo salidos que están. Venga sólo te queda el padre…


_Nean… ¡socorro!_ ¡te cogí! Y con la fuerza de Sansón con sus débiles brazos le retuerce el pescuezo al bribón ¡jajajaa! _ ¡Nooo ¿qué he hecho…?! ¡Noooo…! ¡Déjame!, ¡¿qué quieres de mí…?!  _ ¿Y aún no lo sabes tonta? Ahora verás…

  Loca entra en su cuarto y hace todo lo que le pido. Se tumba en la cama, se desabrocha el corsé y hago que averigüe solita qué viene a continuación... La desgraciada no tiene fuerzas para seguir. Pero yo sí para manipularla... Levanta la daga sobre su vientre. Allí estará bien. ¡Perfecto! Tardarás más en morir.

  Ahora yo sólo seré tu cuerpo Neane. Eres perfectamente consciente de que soy yo, no tú; que has sido poseída… _Nooo… no… ¡Aaaaggg! _una_ ¡Aaaaah!_ dos. ¡Vamos a por el fémur!_ Aaaarrg_ ¡tres!_ Aaaaaaaggg _ ¡La cara! ¡Cuatro…!”




  Fin del tremendo relato; ¡estoy aturdido!, no sabía que tras tantos siglos pudiera seguir conservando su pavor. Y más aturdido aún por cómo pudo seguir escribiendo mientras estaba asesinando y muriendo... Mmmm curioso, ¿verdad?, ¡¡jejeje!! Qué bien lo pasé con esa putaaaa... Firmado: Satanás.







lunes, 22 de noviembre de 2010

PASEANDO POR EL RÍO ERESMA




  Una hoja me cae sobre la cara, me incorporo sobresaltada. Por un momento en la alucinación de mi pesadilla veo las fauces del cocodrilo tan cerca ¡que hasta huelo su aliento! A medida que me voy despertando, reconozco los contornos del parque de la Fuencisla de Segovia y el aliento se convierte en aroma de tejo y hierba fresca. Son ya las siete y cuarto. Tengo que darme prisa si quiero recorrerme el parque antes de oscurecer.

  Me pongo en camino. El cocodrilo se viene a mi memoria, sin saber porqué. "Estás definitivamente curada" han sido las palabras del médico. ¡Curadaaa! ¡Definitivamente tras año y medio de incógnita post operatoria! ¡Estoy curada! y contenta más no puedo evitar recordar: la cara pintarrajeada de aquella enfermera y su mirada de la burla ¡a la lástima!, a Camila, el único médico que me habló con propiedad. Johaquín. La noche en urgencias con Sandro. Y esa noche, sola en casa... La operación, más lenta, más impredecible de lo esperado: las placas, la anestesia no local, la advertencia del médico de más difícil de lo esperado aún estando anestesiada. ¡Sí se ha esfumado yaaaa!, como un sueño entre brumas, perezoso por despertar...

  ¡De repente!, advierto una presencia pisando sigilosamente la hojarasca... Está llegando el otoño pronto el bosque adquirirá ese aspecto algo tenebroso...

  Tengo que darme prisa o me pillará la noche y el camino no es corto. Paso por el puente romano que cruza el río Eresma adentrándome en la otra parte del parque natural. La que más me gusta: ¡el foso! Nombre que le doy por rodear la ciudad de Segovia a unos 30 metros de profundidad. ¡Debió ser difícil para los árabes adentrarse en Segovia!; encaramada a esa fortaleza natural (dejando aparte su muralla de la que queda tan poco).

  Las pisadas ahora son menos titubeantes, más sonoras ¡parece haber engordado cien kilos el coco, jeje! Apresuro más el paso porque no me hace gracia ese animal y estoy llegando al tramo más recóndito y bello. Aquel de camino más serpentino y angosto; de vegetación abundante... No entiendo porque no podía dejar de pensar en el cocodrilo. Los pasos parecen acercarse más. Ahora, apresurados.

  Una rama que parece ser balanceada por el viento; pasa por mi lado rozándome los dedos... Esto ya no tiene pero ninguna gracia. Sin pensarlo dos veces ¡me vuelvo!; pero el tipo o tipa se ha escondido tras una curva del camino alcanzando verle solamente un pié, embutido en unas deportivas blancas verdes y azules. Calculo un número enorme. Ya voy haciendo “footing”.

  Empieza a chispear como siempre. La lluvia en Segovia suele esparcirse así, poco a poco, ininterrumpidamente... Me recuerda a lo que se cuenta del Reino Unido; viaje que espero poder hacer algún día... Para entretenerme, alzo la mirada al Alcázar: ¡qué bonito es! Tan sencillo, con sus grabados mozárabes y su techo de pizarra, ¡parece de juguete! Las pisadas me van comiendo terreno, lentamente...

  Una brisa enfría el parque. Las ramas acunan las hojas que chocan unas contra otras, violentamente. ¡Muchas! se precipitan a la tierra del sendero, bajo mi falda. Una rama, precozmente derribada, ¡me azota una pierna! El gris cenit se torna más intenso.

  Son ya las ocho menos veinte de la tarde. El gorjeo de los gorriones me hace compañía . Una posible ardilla entre los arbustos también. Miro de reojo en mi desesperación por creer en fantasmas. ¡Los arbustos siguen en movimiento! A mi lateral, ¡como mi sombra!, se mueven, como siguiéndome; como azotados por un huracán. Corro.

  La ardilla: sigue mi ritmo. Aterrada, miro el tronco de los arbolitos. ¡Las deportivas...! ¡Corro más y más! ¡Siento mi corazón a 200 por hora...! Y los arbustos siguen vivos mis pasos: ¡jadeantes...!

  Queda nada para la empinada escalinata. Algo parece salir del follaje: ¡un brazo! Las irregulares y sombrías escaleras de piedra... ¡Giro a mi derecha!: ¡hacia ellas!

  Las subo con todas las fuerzas ¡que soy capaz! ¡Empapada en sudor!, enloquecida por el miedo. Ya no me sigue pero en mi impulsiva carrera no me doy cuenta.

  Llego a la cima, busco el refugio de los segovianos. Pasando, a trompicones, uno de los barrios más destacables de Segovia. Sus calles de piedra, mudas, me someten a mis perversos pensamientos.

  La plaza mayor: ¡gente! Respiro con alivio y una sonrisa infantil viene a mí. Unos niños corretean con sus madres vigilantes al otro lado. ¡La increíble plaza Mayor con su iluminación azulada y sus majestuosas fachadas coloridas! , ¡es un escenario digno de fotografiar! No es la plaza Mayor de Segovia de las más adoradas de España; pero para mí tiene una belleza sencilla, espiritual ¡y única! Como la ciudad que la alberga: especial. La luna ya se asoma y el aire pintoresco deja traducir ese no se qué de misterioso y legendario de las hermosas ciudades medievalescas.

  Me alegra volverla a ver. ¡La atravieso con gusto! Fijándome en cada uno de sus vericuetos. Bajo por la calle de Cervantes no pensando (procurándolo), en el desconocido de las Nike tricolores.
Miedosa por las luces y sombras de las callejuelas que asoman. ¡Tan oscuras y calladas como las del Albaizín!, ¡cojo la bajada con gusto!

  Ya llego al Azoguejo, tengo el acueducto romano enfrente; ¡un golpe seco!, como dado por una porra: ¡Me arroja al suelo! Pierdo la noción del tiempo... ¡La conciencia! Y el cocodrilo regresa... Me tiene ahí. Inmóvil. ¡Definitivamente! ¡Ya es mi dueño...!

  ¡Alguien...! Una fuerza me ayuda a incorporarme. Aún tengo la espalda dolorida. Por inercia más bien ¡me giro! y veo su espalda ¡no más!: un jersey rojo roído pantalón blanco figura delgada y morena... "Señorita ¿esto es suyo?"; ¡dejó una carta! Le doy las gracias al señor que me ayudó a incorporarme y me voy a casa.

  Una vez en la pensión leo, con letras irregulares y faltas ortográficas dice: "Soy tu sombra y estoy donde tu estás jo te amo pero tu a mí no ¡lo pagaras!" El tono debe ser amenazante ¡pero me hace gracia!: me ha golpeado porque cree odiarme o quererme, ¡qué romántico jeje! Sin duda se trata de un loco de alguien en quien tengo que poner remedio pero estoy demasiado cansada, ¡sólo quiero entender por qué se esfumó el cocodrilo sin comerme ni tansolo el dedo meñique!

  Unos granos ¡como de arroz! chocan contra los cristales de mi ventana. ¿Sabrá dónde vivo? Al asilo de mi acogedora casita me asomo a la ventana. Ahí está. Moreno, muy delgado pero fibroso, con su ropa vieja y sus Nike tricolor; no tendrá más de veinte. Su pelo es negro azabache, parece gitano, cara enjuta y angulosa, nariz aguileña más bien grande, boca gruesa de contorno masculino. Pero lo que más destaca en su rostro son sus enormes y bellos ojos negros, ¡como nunca vistos! Una cara que sería muy atractiva de no ser por esa mirada perturbada y fija en mí. ¡En esa mirada se encuentra el abismo, la desesperación!; pero también cierta dulzura, sueños, inocencia, interés... ¡No puedo dejar de mirarlos! Parecen suplicar a través de ellos...

  Se me viene a la mente, ¡como un fantasma!, recuerdos de sensaciones ya perdidas... Aquella Andrea de diecinueve años que defendía con pasión: "¡la juventud está en el espíritu!" "¡la verdad nos hará libres!" "el amor da la felicidad" o "el trabajo sólo es una herramienta"... Aquella niña hippie viene a mí más penetrante, ¡más impertinente!, que ese pobre diablo. ¡Ese brillo ingenuo y esperanzador era el mismo que el mío antes de mi primera visita al cardiólogo! Renazco todas mis "verdades absolutas", tristemente. ¡Y por fin entiendo...!: el afán infantil por rayarme por vanidades "adolescentes", mi timidez absoluta en situaciones ya superadas, mis deseos infantiles de independizarme y mi obsesión por la "¡Felicidad!". El porqué todas estas ideas están teñidas por la amargura ¡es porque están tan muertas y enterradas que ni me he dado (ni querido dar) cuenta...! ¡La verdad!, jeje, siempre tan feliz... me había enseñado ¡demasiado temprano! que nada es para siempre aquel mes de septiembre del 2002 , a mis 21 años. Había habido un antes y un después; en el que se me robó la parte más hermosa de la juventud. Aquella que hace que los universitarios debatan con pasión en las aulas aún a sabiendas de la relatividad de sus ideas. Ese sentir eterno que siempre ¡siempre! acompaña a quienes huelen la muerte lejana... ¡Imposible! He deformado mis ideales más infantiles con la esperanza de alcanzar nuevamente ese sentimiento de eternidad, ¡de juventud!; y tan solo he sido capaz de rasgar su recuerdo... Porque no, esa etapa en la que los ideales son más que entretenidos pasatiempos se ha alejado ya demasiado... Y el brillo ingenuo que veo en los ojos del muchacho era el mío: ¡soy yo hace ocho años!

  No pude evitarlo... Lloro tanto que se resiente todo mi cuerpo. Lo necesito...

  Cuando me incorporo, vuelvo a la ventana. Las chispas se han convertido en granizo. Pero él permanece ahí: ¡inmóvil!, como una estatua, mirando mi ventana con esa mezcla de odio y desesperación en la mirada… Lo miro a los ojos, ¡sin ningún miedo ya!; sin decir nada y sin tratar de reflejar nada. El verá su propio "cuento" y sea el que sea, yo sólo quiero que siga persistiendo, ¡por muchos años más que los míos...!

  ¡De golpe!, ¡parece despertar! Con asombro mira al cielo, ¡como por primera vez!; siente las gotas heladas sobre su pelo su piel... ¡Se va!, cuesta arriba... ¡Siempre arriba!

  Al volver a mi cuarto, me miro al espejo: ¡sigo ahí! ¡Pero mi rostro ya no es el mismo! Hay algo nuevo pero viejo en él: ¡la renovación de otra nueva etapa!, ¡más alegre! Tengo en la cara un brillo especial... ¡Mis ojos vuelven a mostrar alegría!; ¡una de más sabia!, aunque siempre dolorosa por aquella extirpación precoz. Pero más vibrante y brillante si cabe ¡Es mi “juventud” (jeje)! , ¡que regresaba para quedarse sólo un rato (aquella llamada de espíritu que nada tiene que ver con la verdadera juventud)! Una “juventud” que al fin ha conseguido cubrir una de sus bajas: Los Absolutismos.

  Además... ¡tan solo tengo 28 años!, ¡en realidad joven! Y un "pequeño" adelanto en la seriedad de la vida... ¡Más beneficioso que inútil!

  ¡Sííííííííí...!

  ¡¿Habré ayudado a el gitanillo como él a mí...?!

  Por el que sí que no podré hacer nada es por el pobre cocodrilo, que por la pantalla de mi imaginación lo veo deprimido y cabizbajo rozando el cañaveral; buscando entre carroña su sustento...






LA BODA DE MARIANA


  A Mariana no le gustaba nada aquel vestido de su tatarabuela. Había tenido que apretarse tanto el corsé, que la sangre le había llegado a la cabeza, y tenía más el aspecto de una foca oteando el océano que de lo que en realidad era: una “niña bien” en el día de sus nupcias. Pero entonces… ¿Qué podía hacer entonces? ¡La boda era dentro de dos horas y no cabía en el vestido de novia! Empezó a pensar… Si era mejor casarse o no. No comprendía cómo podía haberle sucedido ese “imprevisto”, pero desde luego no se arrepentía de ello. Era como si aquel ridículo vestido le hubiera querido demostrar con sus pequeñas dimensiones desacordes con su figura, más bien rolliza, que aquella boda era un error ¡y que sería una monstruosidad celebrarla! Sonrió por primera vez en toda la tarde. 

  Y es que en el fondo siempre había tenido suerte, la que nunca tuvo su pobre prima, tan guapa, tan lista, pero tan desafortunada…: “¡Pero cést la vie!” se dijo con una sonrisa irónica y mordaz. Ahora, su feo y “viejo” (treinta y ocho recién cumplidos) novio la estaría esperando junto a la puerta de la iglesia; ¡esperando a que su joven y rolliza paloma llegara vestida de virtud y santidad! Despreciaba a aquel hombre. Y le importaba muchísimo que su padre llegara a odiarla por no casarse con su más íntimo amigo. Pero no estaba dispuesta a arriesgar su felicidad por un capricho paterno. No, estaba decidida: no se iba a casar.

 Y no se casó. Jamás volvió a tener pretendientes. Cuando una es tan joven como Mariana era entonces, a punto de casarse, se imagina la vida llena de aventuras… Aun no siendo una chica muy agraciada, a Mariana ni se le podía pasar por la cabeza que ése, el “anciano”, estrafalario, e introvertido Evaristo, sería su único pretendiente durante toda su vida.

  Y si alguna vez, algún familiar cercano le hubiese preguntado si se arrepentía del desplante nupcial que le hizo a su entonces futuro esposo diría que no. Pero la verdad es que no pasaba ni un solo día de su actual existencia sin que se preguntara qué sería eso que llaman matrimonio y demás preguntas… Que ya no esperaban más que una respuesta por parte de los otros, o de la imaginación de Mariana…

  Ahora su única compañía era su gato, a quien secretamente había puesto el nombre de Evaristo. Delante de los demás se llamaba Cuki, porque también ocultó, adrede, su sexualidad. Cuki, se paseaba por el salón de invitados pasando desapercibido; quizás alguien alguna vez le ofrecía el resto de la cena… Sólo el “anciano” Evaristo, que regreso una vez (y última vez) a casa de Mariana se fijó en el minino. Era tan miope ya que tuvo que entornar los ojos para deslindar la bola de pelo: pero luego lo vio bien… Fue el único ser humano aparte de su dueña que lo miró con cierto interés, aunque su mirada denotara un ligero interés de homicidio. Y es que el gato era Evaristo; y Evaristo el gato, ¡una tremenda burla para un hombre rico y poderoso como él!: “Un gato mejor que un marido achacoso y feo”, decían sus ojos: “Y un gato joven y lindo…” aunque en esto último la vista le falló. Mariana supo burlarse bien de su situación con esta simpleza. Y le gradó que Evaristo, mucho más astuto de lo que ella había percibido, se diera cuenta de su pequeño secreto con el gato. La gata. Cuki.

  No tardó mucho en morir “el viejo”. Azorado por los compromisos, azotado por su soledad, se pegó un tiro en la nuca en cuanto tuvo ocasión. Su entierro fue multitudinario pero muy pocos le lloraron, con lágrimas sinceras. Uno de ellos fue Mariana.

  Una vez delante del féretro; su ansiedad contenida se liberó en un grito que le llevó a dilucidar sus constantes mofas a Evaristo, su insomnio, y esa opresión en el pecho que la impedía llorar… Una realidad más aterradora que su terrible soledad: Siempre había querido a ese hombre. Si bien es cierto que su amor distaba mucho del de las novelas románticas; le urgía de un modo atroz e incomprensible, que le impedía descansar la consciencia y seguir soñando sus fábulas románticas e inalcanzables que tanto sosiego le daban a pesar de su situación. Quería a ese hombre, lo necesitaba a su lado. De repente, fue consciente de esa marca sensual que formaba su hoyuelo cada vez que su sonrisa se desligaba de la timidez. Mostrando cierta picardía en el negro noche de su mirada y unos dientes tan blancos como los de un bebé. Vislumbró su perfil aguileño, y reconoció rasgos de la arrolladora masculinidad y gallardía de los galanes más carismático. En su porte, robusto y chepudo, la ferocidad “innata” de un atormentado gladiador. Y en su talante, discreto y tranquilo; la introversión de un alma sensible y culta que ardería en cuanto el amor hiciera mella… Pero ya era tarde.

  Al anochecer, ya en su lujosa y fría mansión, se dio cuenta de que Evaristo la estaba esperando, como cada noche, tendido bajo el reposapiés del sillón. Y se sobrevino de que él también era muy viejo, mucho, muchísimo más anciano que el Evaristo pretendiente. Luego hizo algo que nunca hubiese imaginado que pudiera hacer con un simple y achacoso felino: tomar el té con él y charlar. Calentó el agua, como cada noche, y echó dos bolsitas de té al limón en vez de una, vertió el té en dos delicadas tazas y las llevó al salón. Puso una taza frente a ella y otra frente al otro comensal, y empezó a hablar al gatito de lo que hubiera charlado con Evaristo ¡si ese estúpido vestido de muñeca le hubiera sentado a la perfección! Luego cogió a su gato, y se fueron a dormir, como un matrimonio bien avenido que disfruta del sosiego y la paz que entraña el amor en su etapa más tardía. A la mañana siguiente Evaristo estaba muerto.

  Nadie se enteró de la muerte del gato de Mariana. Ni ella se lo contó a nadie, ni siquiera a sus más íntimos familiares; el dolor se quedó con ella, como tantas otras veces… Como tantas otras mujeres de su edad y condición de mediados del siglo diecinueve. Pero, como todas, sonreía en las reuniones de sociedad, y saludaba cariñosamente a los novios en sus nupcias. Incluso sonreía cuando algún “libertino solterón” decía a modo de chanza: “Mariana… ¡mala semilla que se negó a florecer…!”; y todos se reían de la “inocente” broma . Y ella se lo tomaba como se lo tenía que tomar para que su orgullo no quedara del todo resquebrajado : “¡C´est la vie!” ¡como si se tratara de una finca de la que se arrepintiese de haber comprado por su falta de luminosidad!

  Mariana, por aquel entonces, ya era una solterona consagrada. ¡Pues que ya había superado las veinticinco primaveras!